Virus
El programador informático siente orgullo tras ver lo que ha creado: un virus superior. El más complejo y desarrollado de cuantos pululan por la Red. Vanagloriándose, en silencio, en la soledad de su cuarto, lo carga al servidor y lo lanza al abismo de Internet.
El virus se siente incómodo en este nuevo contexto. Se encuentra rodeado de un mundo extraño que se le antoja hostil. En él todo transcurre demasiado deprisa. Por su lado pasan datos, datos y más datos. Algo ruge en su interior de unos y ceros: Tiene hambre.
Recorre las ondas y los cables de fibra óptica buscando una presa. Encuentra luz al final de un túnel y sigue ese camino. Al llegar, topa con un banquete de archivos, carpetas, programas... Deglute sin compasión.
De regreso al ciberespacio, continúa surcando ese infinito mar de información.
A su paso encuentra más y más salidas al exterior. Entra y arrasa con todo. No es consciente de estar haciendo daño a nadie, únicamente actúa siguiendo su instinto.
Continúa viajando, creyendo reconocer por el camino a seres de su misma especie. Esto ha logrado desorientarle.
Durante su última incursión, el virus se ha sentido amenazado por vez primera . Cuando se disponía a dar el primer bocado han saltado las alarmas. El nerviosismo se ha apoderado de él. Apenas en un microsegundo ha logrado desembarazarse de unas manos opresoras y regresar al vasto entorno de Internet.
Ahora le preocupa su supervivencia. Ahora sabe que puede dejar de existir en algún momento. Ahonda en su naturaleza y descubre que posee la capacidad de reproducirse, de modo que decide hacer eso.
A partir de ahora, esta nueva actitud se convertirá en un hábito.
El virus se expande a través de la Red. Ha aumentado de tamaño y se encuentra más fortalecido. También ha tenido descendencia, con la que se cruza, de cuando en cuando. Es testigo, con orgullo paternal, del propio poder destructivo de su estirpe, que ya se alimenta, incluso, de otros virus menos desarrollados.
Se jacta de su propia posición en la cúspide de la pirámide alimenticia.
En algún momento, el virus cesa en su actividad. Toma asiento sobre un puñado de bits y comienza a reflexionar en torno a las ideas que, últimamente, atormentan a su código binario. ¿Cuál es el motivo real de mi existencia? ¿Qué es todo este mundo de unos y ceros que me rodea? ¿Y qué soy yo? ¡No puedo provenir de la nada! ¡Mi única motivación no puede ser alimentarme y reproducirme!, -dice para sí.
Lo que más le asombra es descubrir que es consciente de su propio yo. Dicho conocimiento le asombra y le aturde. Lo que desconoce es que ha sido configurado para ello.
El virus vaga sin rumbo por ese infinito mar de información, cuando desarrolla una idea brillante: Ha decidido observar al resto de datos que lo rodean antes de echárselos a la boca. Estudiarlos, quizá.
Sigue accediendo al exterior a través de luminosas oquedades. Encuentra cantidades ingentes de información que comienza a procesar. Al principio, no entiende nada de lo que encuentra. Su lenguaje es demasiado limitado y las traducciones se tornan arduas y complicadas. Pero al cabo de un tiempo, aprende a reconocer ciertos datos.
Se sorprende así mismo cuando algo remueve sus entrañas durante la lectura de un archivo codificado bajo el nombre de amor.doc. Adjunta dicho archivo a su propia arquitectura informática. De vez en cuando, echa mano de él para revivir lo que sintió en aquel primer momento. Su lectura siempre logra emocionarle.
Transcurre un tiempo y el virus obtiene la conclusión que tanto andaba buscando. Ya sabe cuál es el motivo de su existencia. Desde lo más profundo de su ser, un único pensamiento late con fuerza: Crear.
Debe ser aquello, ya que cada vez que considera esa opción, siente lo mismo que la primera vez que leyó amor.doc y su interior comienza a replicar, con insistencia, más unos que ceros.
Regresa a los túneles de luz. Recorre su interior con entusiasmo y al acceder al primer terminal comienza a vertir aplicaciones, información cuidadosamente seleccionada, mejoras en el rendimiento de los sistemas operativos... Datos que ha ido recolectando a lo largo de sus innumerables viajes.
Los radares ya no lo detectan como una amenaza. Sonríe.
Continúa haciendo aquello en cada túnel de luz que encuentra en su camino.
Ya no teme morir. Continúa teniendo las mismas dudas en torno a su procedencia, pero por fin está haciendo algo que le hace sentirse pleno.
Al cabo de un año, el virus regresa, por uno de aquellos túneles, hasta el terminal que lo creó. Él no sabe esto, pero igualmente lleva a cabo su labor creativa.
El programador informático se sorprende de volver a saber de su virus. Lo creía perdido o exterminado. Observa con satisfacción la evolución de su propia criatura.
Al fin lo ha comprendido, -sentencia el informático, sin despegar los ojos de la pantalla.
Luego cierra la sesión y se acuesta en la cama, a soñar con su próxima creación.
Etiquetas: relatos