Una pequeña dosis de veneno
Lo extraño del material del que están hechos los sueños es que es perfectamente maleable. Una pesadilla puede terminar por convertirse en una agradable ensoñación y viceversa.
Esta mañana el día se desperezaba, con los rayos de sol asomando sobre edificios de diez plantas, y con los habituales repiqueteos de una perforadora que profanaba el asfalto sin un atisbo de acritud, cuando he pasado junto a un estanco.
Después de que mis ojos lanzaran la archiconocida imagen de Tabacalera a mi cerebro, mi pulmón ha comenzado a añorar y mi intelecto ha llegado a una interesante conclusión: ¡Me he dejado el tabaco en casa! ¡Mi droga! ¡Mi dosis de veneno!
Dentro del local se agolpaban los madrugadores adictos a recoger, por supuesto, sus respectivas dosis.
Aquella escena me ha evocado aquel pasado tan pobre del que hablaba mi abuelo: Cartillas de racionamiento y largas filas de gente recibiendo lo que tenía asignado para sobrevivir.
El hecho es que el fantasma de la escasez reinaba en aquel establecimiento de venta de cigarrillos. La alarma social emitida por televisión y de cuyo nombre no quiero acordarme y la reciente subida del tabaco daba como resultado que el chaval que había en primera fila estuviera contando los centímos para pagar un paquete de tabaco de liar, que las dos señoras que iban detrás se estuvieran esforzando en recordar aquella marca de tabaco barata que después de todo no estaba tan mala y luego estoy yo...
Yo.
Segundos antes de que llegara mi turno he tomado una determinante decisión. Podría no haberlo hecho, pero así ha sido.
He decidido dejar de fumar.
-¿Qué te pongo?, -ha preguntado la estanquera.
-Dameee... (piensa, rápido, piensa, dí algo). Dame unos chicles de aquellos de la caja negra... aún no los he probado...
-Dos euros.
-Mierda, ¿también han subido?
-Es su precio.
-Bueno, no importa.
He salido del estanco. He mirado al sol que aún parecía querer jugar al escondite medio oculto tras los edificios de diez plantas y él me ha mirado a mí, y le he sonreído. He escuchado la música de la taladradora y la he saboreado esperando al verde como si se tratara de una pieza de Mahler. He mirado a mi alrededor y he visto cientos ¡miles! de criaturas humeantes, yos de hace cinco minutos.
He recordado los chicles y me he echado uno a la boca. Era de menta.
Etiquetas: autobioficción
4 comentarios:
LE FELICITO MAJESTAD, sabia decisión...¿por qué depender de nada? LIBRE. Sus reales pulmones se lo agradecerán.
Las subidas de impuestos son también para los hidrocarburos no Majestad? Una leyenda urbana decía que los chicles los hacían con petróleo!!
Hola.
Yo acabo de descubrir esta nueva corte. Saludos en mi primera visita.
Gracias Bluess, no le doy muchas vueltas al asunto y parece que cuesta menos...
Javi: ¡Ahí me has pillado! No había caído...
Hola Paco, espero que vuelvas por estos dominios cuando te apetezca.
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