29.6.09

Días de tinta y palomitas

Cosas curiosas que tiene la vida...

El viernes por la tarde, el Rey Cerilla se encontraba de camping, combinando un delicioso bocado de lomo de cerdo frío con amargos tragos de cerveza caliente. Y es que ni el rey, ni la reina son muy dados a ir preparados cuando salen de acampada.

De repente, suena el móvil. Melodía hicthconiana.
Eran del Laboratorio de arte joven, finalmente había conseguido plaza en el taller de relato corto para guión cinematográfico. El Rey Cerilla casi creía haber quedado fuera. Desde luego no esperaba que lo avisaran un viernes a las nueve de la noche, y menos porque ya habían sufrido un par de bajas...

¡Que corra esa birra caliente!, -gritó el rey henchido de júbilo.

El domingo por la tarde el rey decide tirarse el lujo e invita a la reina al cine, para ver "Los mundos de Coraline", una adaptación algo ligera para la pantalla de un macabro cuento de Neil Gaiman, de título similar: Coraline. Un cuento que el Rey Cerilla descubrió una mañana en una olvidada estantería en la biblioteca de un colegio religioso, un soleado agosto (te cagas). El Rey recuerda cómo al hojear las primeras páginas se echó las manos a la cabeza preguntándose si algo tan macabro sería del gusto de cualquier niño.


Volvamos al cine. El rey y la reina están sentados deleitándose con la música de ascensor previa a la película cuando una pareja entra en la sala. De entre todas las filas van a parar a la suya (en la sala no debe haber más de ocho personas, pero las taquilleras son muy dadas a agrupar al público para que pueda darse calor mutuo). El Rey Cerilla se queda observando al hombre y ve algo que le resulta familiar: esa barba, esos pelos... Se trata de Javier Moreno, el autor de Click, el elegido como Nuevo Talento Fnac de este año.

El Rey Cerilla no lo duda. Se levanta y va a presentar sus respetos al novelista.

-¡Psss, oye, perdona, ¿tú eres Javier Moreno?
-Sí... ¿por qué? ¿Qué pasa?- el escritor se inquieta.
-No, por nada, me encantó tu última novela.
-¿Te refieres a Click?
-¿Has sacado otra desde entonces?
-No.
-¿Entonces?
-Perdona, no estoy muy acostumbrado a que me pase esto. ¿Tú cómo te llamas?
-Yo soy el Rey Cerilla... No, oye, bueno, perdona el rollo éste en plan famosete, no era por pedirte un autógrafo ni nada...
-Ya, bueno, jeje..., -risa incómoda de orgullo herido de escritor.
-No, pero, oye, en serio... que me encantó tu novela, (Rey Cerilla intentando arreglarlo)...

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24.6.09

Una pequeña dosis de veneno

Lo extraño del material del que están hechos los sueños es que es perfectamente maleable. Una pesadilla puede terminar por convertirse en una agradable ensoñación y viceversa.

Esta mañana el día se desperezaba, con los rayos de sol asomando sobre edificios de diez plantas, y con los habituales repiqueteos de una perforadora que profanaba el asfalto sin un atisbo de acritud, cuando he pasado junto a un estanco.

Después de que mis ojos lanzaran la archiconocida imagen de Tabacalera a mi cerebro, mi pulmón ha comenzado a añorar y mi intelecto ha llegado a una interesante conclusión: ¡Me he dejado el tabaco en casa! ¡Mi droga! ¡Mi dosis de veneno!

Dentro del local se agolpaban los madrugadores adictos a recoger, por supuesto, sus respectivas dosis.
Aquella escena me ha evocado aquel pasado tan pobre del que hablaba mi abuelo: Cartillas de racionamiento y largas filas de gente recibiendo lo que tenía asignado para sobrevivir.

El hecho es que el fantasma de la escasez reinaba en aquel establecimiento de venta de cigarrillos. La alarma social emitida por televisión y de cuyo nombre no quiero acordarme y la reciente subida del tabaco daba como resultado que el chaval que había en primera fila estuviera contando los centímos para pagar un paquete de tabaco de liar, que las dos señoras que iban detrás se estuvieran esforzando en recordar aquella marca de tabaco barata que después de todo no estaba tan mala y luego estoy yo...

Yo.

Segundos antes de que llegara mi turno he tomado una determinante decisión. Podría no haberlo hecho, pero así ha sido.

He decidido dejar de fumar.

-¿Qué te pongo?, -ha preguntado la estanquera.
-Dameee... (piensa, rápido, piensa, dí algo). Dame unos chicles de aquellos de la caja negra... aún no los he probado...
-Dos euros.
-Mierda, ¿también han subido?
-Es su precio.
-Bueno, no importa.

He salido del estanco. He mirado al sol que aún parecía querer jugar al escondite medio oculto tras los edificios de diez plantas y él me ha mirado a mí, y le he sonreído. He escuchado la música de la taladradora y la he saboreado esperando al verde como si se tratara de una pieza de Mahler. He mirado a mi alrededor y he visto cientos ¡miles! de criaturas humeantes, yos de hace cinco minutos.

He recordado los chicles y me he echado uno a la boca. Era de menta.

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¡Frágil! Material onírico en el interior

Ahora que por fin he entendido a Shakespeare,
a Cervantes, a Calderón de la Barca,
he decidido trasladarme al sueño.

Y es que se puede ser sin ser,
y soñar sin estar loco, y viceversa.
Y es que los locos son los demás...

Ahora que he entendido lo que el sueño te ofrece
y todo lo que perdí por estar despierto,
he estado pensando en sólo soñar.

En la vigilia la gente anda perdida,
por un andén de trenes sin destino aparente
buscando un hombro sobre el que llorar.

El sueño, en cambio, es sólo viaje de ida
donde van aquellos a los que no empuja la vida,
Ahora sé que sólo quiero soñar.

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22.6.09

Malditos bibliotecarios (o cómo cambiar el mundo tras un mostrador)

No hay cosa menos útil que una congregación de bibliotecarios, siempre lo he pensado.

La gente que anda fuera del gremio no sabe bien lo que se cuece tras ese cuerpo de funcionarios y mercenarios (como es mi caso) de la cultura. Algunos pensarán que por tener un título universitario o por andar todo el día rodeados de libros, o porque parezca que sepamos las coordenadas exactas de la leja del libro que andas buscando, íbamos a ser una raza superior.

Pues no, amigos. Vaya sorpresa ¿eh?

Ahora, es normal que cuando tienes un cargo vitalicio como los dictadores y nadie sabe muy bien a qué te dedicas (algunos lo llaman sus labores) acabas pensando sin pensar (que es como estar seguro de que sabes hacer algo, pero puesto a ello no te molestas lo más mínimo... total, si sabes que sabes ¿por qué ibas a demostrarlo?).

Esta mañana, un ejército de bibliotecarios se reunen en la Gran Biblioteca. Entre sus filas va el Rey Cerilla, como no. Los bibliotecarios se reunen, de vez en cuando, para llevar a cabo profundas reflexiones, tales como si los subtítulos de los libros debieran escribirse en el catálogo con o sin mayúscula...

Como cualquier reunión formal, todo se viste de gran solemnidad, la gente se habla de usted, se levanta la mano para pedir permiso para ir al baño y se tira constantemente del latiguillo: Esto lo hacemos pensando en el bien del usuario.

En cierto momento, una mente despierta decide que es hora de tomarse un café y se pacta una pausa de media hora pensando en el bien del usuario.

Yo trasego mis veinte centilitros de cafeína y nazco por segunda vez en este día (aaah...)

Los bibliotecarios preferirían pasar el resto de la mañana en el bar, pero alguien llama de la Gran Biblioteca: la reunión debe continuar. Se escupen maldiciones, las barajas de cartas caen sobre la mesa y se apuran las últimas caladas a los cigarrillos.

Durante la segunda parte de la reunión surgen más dudas. Pero una duda para un bibliotecario es lo más parecido a su propio culo. Sabes que está ahí, pero no piensas demasiado en ello. No vas a preguntar, no vas a pedir a alguien con más experiencia que te aclare... Si alguna vez una duda te atosiga, la metes al cajón de las dudas y miras a otros bibliotecarios con recelo: ¿sabrán ellos la respuesta? Tal vez no, pero esa no es más que otra duda que no debe preocuparte, recuerda que todo lo que haces es pensando en el bien del usuario.

Les lanzo yo una pregunta (y no es un chiste que conste): ¿Cómo hacen treinta bibliotecarios congelados para apagar un aparato de aire acondicionado? Lo han adivinado: llamando al de mantenimiento. Es acojonante, pero cuando llega el tipo y pregunta ¿cúal es el problema? y ves que simplemente apretando al boton OFF el aparato se silencia y la temperatura comienza a subir te da por pensar ¿qué estoy haciendo con mi vida, dios mío?

La reunión acaba, no porque esté todo hablado, sino por la cara de desesperación del colectivo que ya no piensa en el bien del usuario, sino en el bien de sus estómagos rugientes.

Antes de salir por la puerta recuerdo que llevo encima un documental que saqué de la Gran Biblioteca y que debería aprovechar para devolverlo.

Me acerco al bibliotecario que hay tras el mostrador:
-Buenas, quiero devolver este deuvedé.
-Déjame tu carné, -dice sin mirarme a la cara.
-Tome.
Veo que el rostro del bibliotecario permuta a un estado de mayor seriedad. Debe de tener problemas: lo veo hacer gestos y maldecir por lo bajo.
-¿Es el programa de gestión?... Soy del gremio, sé lo puñetero que puede llegar a ser, -me río.
El bibliotecario sigue sin mirarme, toda su vida gira en torno a la pantalla plana que hay a treinta centímetros de sus ojos, eso sí, utiliza toda la desgana del mundo para decir:
¿Eres del gremio?... Ah.

Comienzo a pensar que no debería haber dicho eso, ya que la norma no escrita habla de pensar en el usuario, pero no en gente de tu misma calaña.

La última gota de sudor frío desciende por mi espalda cuando el del mostrador le dice a la pantalla (que no a mí):
-Esto ya está hecho.

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17.6.09

El Rey Cerilla: los orígenes

Debía ser una soñolienta mañana de invierno, allá por el año 2000, cuando un joven amortajado en las sabias palabras de Platón, puestas en boca de su exuberante a la par que autoritaria profesora de Filosofía (una suerte de dominatrix con gafapasta, cara de mala leche y falda de vuelo), dejó su mano divagar... sobre el papel cuadriculado de una libreta.

Este joven, un tipo guapo, alto, culto (ejem, ejem...), estaba a punto de crear una nueva vida sin saberlo.

En un alarde de originalidad, lo primero que esbozó con aquel boli Bic fue un monigote. Un ser compuesto de un círculo por cabeza y algunas líneas formando el cuerpo y las extremidades. No contento con su obra, aquel joven estudiante decidió que podía perfilar aún más a aquel ser, creación suya, y como si de un dios cualquiera se tratara decidió dar una personalidad a aquel monigote. Algo que le insuflara un aliento de vida propia... Y le puso una corona.

Bien, ahora era el rey de los monigotes. Pero entonces, el joven Dios-joven, pensó: Lo cierto es que ser el rey de los monigotes es una mierda. ¿Qué podría otorgar sencillez, a la vez que solemnidad a este Ser? Por entonces, Platón aún no había salido de su caverna.

Una idea se iluminó en la mente del joven Dios-joven y se plasmó como tal en el papel. Aquel monigote se parecía a una cerilla, de hecho... ¡Era el rey de todas las cerillas! Su cuerpo sería quebradizo y pasajero, pero su mente no. Su mente ardería por siempre, aportando luz, observando a los aburridos filósofos con una ceja alzada, disfrutando de las historias que los trovadores traían hasta el reino.

Desde entonces y durante largo tiempo, el reinado del Rey Cerilla quedó enterrado bajo montañas ingentes de papel de libreta y apuntes.

Hace poco fue redescubierto por eminentes arqueólogos y estudiosos.

Y esta es su leyenda...

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